miércoles, 27 de abril de 2011

"El Saqueo de Afinsa" - La verdadera historia de una intervención.

Capítulo II
EL DOGMA PETRIFICADO

Se interviene Afinsa. La investigación está bajo secreto de sumario y, sin embargo, las cámaras de Telecinco, estratégicamente situadas en la Calle Génova, de Madrid, frente a las puertas de la sede, retransmiten el registro policial en tiempo real. Las imágenes muestran una calle bloqueada por furgones policiales, plagada de agentes armados hasta los dientes y policías de Aduanas entrando y saliendo del edificio con bolsas negras. A Telecinco se suman en poco tiempo las televisiones de otras cadenas, un nutrido grupo de fotógrafos de prensa y locutores de emisoras de radio. El objetivo no es otro que el de vender un falso montaje.


La inquietante puesta en escena no obedece en absoluto a la propia del registro de una empresa, y sí a la de la intervención violenta de una banda de peligrosos delincuentes. En semejante tipo de actuaciones, los policías corren el riesgo de ser recibidos a tiros, y el botín, cuando se encuentra, resulta ser un alijo de droga, de mercancía robada, de fajos de dinero ilícito o falsificado. Lo que nos muestran ese 9 de mayo de 2006 es el escenario propio del desmantelamiento de una red de mafiosos, de la detención de unos secuestradores que custodian un zulo, o de unos terroristas pillados con las manos en la masa durante la operación de montaje de una furgoneta bomba.

¿Para qué aquellos perros, aquellas armas, aquellas bolsas negras?, ¿creían los que idearon ese operativo que los directivos o los empleados de Afinsa repelerían a tiros a la policía?, ¿creía el Ministerio del Interior o el juez que ordenó el registro que en la sede de Afinsa se guardaban drogas o alijos de objetos robados?, ¿dinero ilícito, tal vez?, ¿por qué ese montaje?

La respuesta es sencilla. Y perversa. Una mentira no se convierte en verdad por mucho que se repita. Una mentira lo es siempre, de principio a fin. Pero una mentira que se repite miles de veces, finalmente crea una apariencia de verdad, y termina por convertirse en dogma. Pero no quiero confundir al lector. No estoy hablando de un dogma religioso o un Dogma de Fe, cosas ambas muy diferentes a lo que realmente quiero referirme. Hablo de “dogma”, ateniéndome al diccionario de la Real Academia, como de “aquella proposición que se asienta por firme y cierta y como principio innegable”. Una estrategia que Goebbels hiciera famosa en la Alemania nazi, pero cuya formulación teórica es muy anterior a esa siniestra etapa de la historia y que merece ser traída a colación.

A finales del s. XIX, una corriente de investigación histórica propuso la Teoría del Dogma Petrificado, según la cual una falsedad, por repetición, es aceptada por las masas como una realidad hasta el punto de convertir la mentira en un dogma aceptado como cierto. En un principio del proceso, el dogma puede tambalearse; puede surgir quien lo cuestione, y ese es el principal riesgo al que se enfrenta el autor (en este caso, autores) de la falsedad. Tiene que pasar cierto tiempo para que el dogma se petrifique, se consolide, hasta hacerse casi indestructible.

Antiguamente, ese proceso de petrificación podía tardar décadas, o incluso siglos. Fue Goebbels quien consiguió reducirlo a cuestión de meses. La estrategia no es otra que la de repetir la mentira elegida una y otra vez, por todos los métodos, a todas horas, de manera continuada, insistente y machacona. Sin descanso. Hoy, gracias a los medios de comunicación, la petrificación del dogma puede conseguirse en mucho  menos tiempo del utilizado por el ideólogo de la Alemania nazi.

Eso fue lo que sucedió aquel día 9 de mayo de 2006: la puesta en marcha de una increíble red de falsedades, de mentiras, desde primera hora de la mañana, que perdura para muchos hasta el día de hoy. Los perros, las armas, las bolsas negras, la desproporcionada cantidad de furgones y de policías, tenían una finalidad muy concreta. La presencia de las cámaras de televisión, apostadas frente a la sede de Afinsa desde el primer instante de la intervención, buscaba crear y petrificar el dogma con la mayor rapidez posible. Se perseguía un objetivo múltiple: en primer lugar, transmitir la idea de que desde Afinsa se habían cometido hechos terriblemente delictivos que merecían semejante despliegue; en segundo lugar, algo igualmente perverso: destruir en cuestión de horas, o de minutos, la imagen de credibilidad que la compañía se había labrado durante más de un cuarto de siglo; y, por último, neutralizar cualquier intento de autodefensa por parte de sus gestores. Una vez petrificado el dogma, cada declaración, cada afirmación, cada imagen de un directivo de Afinsa, sería la declaración, la afirmación o la imagen de un delincuente. Para eso se dio aviso a Telecinco. Para eso las armas, las bolsas negras, los perros, los fusiles de asalto…

En este escenario de pesadilla, la primera mentira corrió como un reguero de pólvora. A media mañana no había manera de conectar una cadena de televisión, una emisora de radio o un periódico digital que, de forma premeditada o inocente, no estuviera actuando como correa de transmisión de una información que lanzaba idénticos mensajes: un nutrido destacamento de policías con perros, armas y bolsas negras salía y entraba de la sede de Afinsa. Se había detenido a toda la cúpula directiva. Esa era la noticia sensacionalista que debía ser difundida una y otra vez.

Pero todo lo anterior no era suficiente. Hacía falta algo más, un detalle realmente importante. Para que el plan surtiese el efecto deseado, los clientes tenían que dirigir sus miradas, sus iras y sus reproches hacia la compañía saqueada. Una segunda y tremenda falsedad comenzó entonces a deslizarse en paralelo a la anterior. Y con los mismos métodos. Los urdidores de la trama necesitaban otra mentira añadida, y los titulares de prensa les facilitaron el trabajo: ¡impresionante estafa piramidal a miles de clientes! Ese era el dogma.
  
Afinsa, según los saqueadores goebbelianos, había estafado a sus clientes. La compañía de bienes tangibles había montado, en el transcurso de veinticinco años, una enorme trama para robar a las personas que le habían confiado sus inversiones. Esos tenían que ser los titulares. Con ellos, el dogma se petrificaba a la velocidad deseada. En aquel 9 de mayo de 2006, España entera se acostaría creyendo a pies juntillas todo lo que había visto y oído a través de los medios de comunicación: los propietarios y los directivos de Afinsa eran unos estafadores. Y, lo mejor de todo: las más de 190.000 víctimas conformarían, a partir de ese momento, una confusa, dispersa y desorganizada marabunta de clientes que serían, además, tachados por la sociedad de listos y avariciosos que tendrían que terminar por admitir —sí o sí— haber sido estafados por la compañía saqueada. ¡Bien merecido lo tenían! En términos de diseño, y a la vista de los resultados obtenidos, justo es reconocer que fue una operación perfecta y tan magistral como maquiavélica.

Durante los días sucesivos al 9 de mayo, la operación de desgaste y el acoso mediático continuaron sin tregua. Abierta la veda y petrificado el dogma, la parte más dura del trabajo estaba hecha. Ya sólo bastaba alimentar la hoguera con cualquier material combustible que se encontrara a mano y dejar que las cosas siguieran su curso. Analistas y tertulianos radiofónicos y televisivos, que no tenían ni la menor idea de lo que realmente estaba sucediendo, se prestaron al juego de los saqueadores, de manera voluntaria y entusiasta, en un ejercicio de linchamiento colectivo al que se podía apuntar cualquiera. Las mentiras se iban deslizando e introduciendo en la psique colectiva de los españoles ante el pasmo y la mirada crédula de millones de personas, pero también ante la angustia de quienes no creíamos tan graves acusaciones: Afinsa no tenía sellos —decían— y, aún en el supuesto de que los tuviera, eran falsos; Afinsa tenía un agujero patrimonial de miles de millones; Afinsa no tenía liquidez para atender sus compromisos inmediatos; Afinsa había evadido capitales al extranjero; un alto cargo de Afinsa había escondido 10 millones de euros en un zulo de escayola construido en su lujoso chalet de la exclusiva urbanización de La Moraleja, en Madrid; Afinsa…

El cruel y frío Goebbels no lo hubiera hecho mejor. Con el tiempo, sin embargo, las cosas han cambiado. Aunque muy lentamente, la verdad se está abriendo paso. Todas y cada una de esas acusaciones, junto con otras igualmente graves, se han ido cayendo. Pero derribar un dogma petrificado es muy difícil. Una vez que la mentira se ha consolidado, es necesario llevar a cabo un enorme esfuerzo para restituir la verdad. Y, para ello, no basta cualquier método. Hay que desmontar el dogma pieza a pieza, buscar cada dato, cada evidencia, cada documento. Hay que romper la piedra con enorme paciencia para atravesar una densa barrera de escepticismo; aportar mil certezas por cada falsedad férreamente instalada, y hacerlo de manera definitiva, sin dejar un mínimo resquicio en el que pueda ocultarse, agazapada, la duda. Ardua y constante labor ésta —pero necesaria—, a la que están dedicadas las restantes páginas. A destruir la gran mentira y a exponer la verdad.

Cuando un Estado interviene una empresa lo hace para proteger los intereses de sus clientes, de sus empleados, de sus acreedores y, en última instancia, para tratar de salvar la propia empresa. Esos, y no otros, deben ser los motivos que justifiquen una intervención. Pues bien: en el caso de Afinsa ni uno sólo de los objetivos se ha cumplido. Los clientes no hemos recuperado un céntimo de nuestro dinero; de hecho, lo hemos perdido todo, los empleados fueron fulminantemente despedidos, y la empresa cesó su actividad en el mismo instante en que fue intervenida. Nadie, aparentemente, ha salido beneficiado de las actuaciones de la Fiscalía Anticorrupción.

(Texto incorporado a la entrada "El Saqueo de Afinsa - Libro") (Enlace).

1 comentario:

  1. Hola Mila: Buenas noches, no sé si debo enviar esta pregunta a través de este enlace, lo intentaré y esperaré a ver si tengo respuesta.
    Estuve viendo el enlace con el Gabinete Jurídico de Manos Limpias y según interpreto, aquellas personas que quieran ser defendidas por dicho gabinete tienen que darse de alta y abonar 200 €, ¿qué ocurrirá a aquellas personas que no se hayan dado de alta? Muchas gracias por todo.
    Un abrazo
    Belén (Asturias)

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