Edward de Bono, escritor y psicólogo, es conocido por sus interesantes trabajos sobre el pensamiento lateral, o lo que es lo mismo, la resolución de problemas de manera creativa, saltándose los patrones lógicos de pensamiento.
Según su teoría, la costumbre de ver los problemas desde un mismo enfoque, una y otra vez, no siempre ayuda a resolverlos, de ahí que la creatividad sea uno de los cuatro elementos clave que necesitan estar presentes en dicho proceso "lateral" de pensamiento.
Tal vez porque creatividad e imaginación van íntimamente unidas, después de compartir con vosotros mi breve de ayer sobre "La coherencia de Paula", en el que inserté una lista de Cuentos Clásicos como sugerencia de regalo para los peques, de repente me ví recordando otro cuento que no está en la lista, y cuya lectura me fascinó cuando lo recibí, precisamente como regalo de Reyes, allá por una Navidad de mi feliz infancia: "Los viajes de Gulliver".
Como quiera que no paro de darle vueltas al asuntillo que nos traemos entre manos los expoliados de Afinsa, mi cerebro debió ponerse en función "lateral" o, lo que es lo mismo, en "modo creativo" y,la palabra "viaje" , unida a la visualización del aspecto físico de Gulliver, melena al viento incluida, me llevaron a pensar en otro viajero impenitente, tan exótico como nuestro personaje del cuento, que parece empeñado en emplearse más a fondo en los asuntos de proyección externa que en los asuntos domésticos de resolución interna: el juez Santiago Pedraz.
El próximo viaje que Gulliver-Pedraz tiene por delante, le llevará nada menos que a Irak. Tiene que ver con la muerte de José Couso, con las filtraciones de los famosos informes "Wikileaks", con los malos, malísimos del ejército U.S.A. y con todo ese jaleo que se ha organizado en la Audiencia Nacional, por lo que parece ser puro obstruccionismo, por parte de la Fiscalía, para que se investigue qué hay detrás de la muerte accidental del infortunado cámara de televisión.
Es lo que tiene ser un pedazo de juez importante, salir en los papeles "Wiki", ser fiel discípulo de Garzón (otro que viaja lo suyo), tener repercusión en la prensa internacional y ser portada de la revista Vanity Fair (ahí no sale cualquiera, que lo sepamos).
Ante tanto despliegue mediático, tanta fama y tanto reportaje, cualquiera se vería grande, grande, como todo un gigantón, que contempla al resto de los mortales desde su atalaya particular, percibiéndoles como pequeños e insignificantes liliputienses, hombres y mujeres graciosillos, al fin y al cabo, que no le llegan ni a la suela de los zapatos, y sobre los que tiene una preeminencia absoluta. Máxime si, además, además ha sido bendecido por los dioses que tienen -y otorgan- poder para la administración de justicia.
Y con este rollo de pensamiento mío, que comparto ahora con vosotros, me pregunto en concreto... ¿cómo nos verá su señoría Pedraz desde sus "alturas"? ¿Como los insignificantes hombrecillos de Liliput ? ¿Como los habitantes de Brobdingnag, el país de los gigantes, donde Gulliver será el liliputiense? ¿Como los habitantes de Glubbdubdrid, la isla de los magos o como los que viven en el territorio gobernado por caballos racionales al que llega Gulliver en el último de sus viajes?
Teniendo en cuenta el poder omnímodo de los jueces en España, mucho me malicio que nos verá como a los primeros, los minúsculos liliputienses-hormigas, que no le generan inquietud alguna. Siendo tan pequeñajos, tan frágiles, tan insignificantes... ¿cómo habríamos de inquietarle?
Sin embargo, a veces, las apariencias engañan; los pequeños no son tan pequeños y los gigantes no lo son tanto. Y si no, que se lo digan a Gulliver. Por aquello de dejar volar esta imaginación tan "lateral", que el buen Dios me ha dado, y ponerme en la piel del viajero británico, morrocotudo debió ser el susto que se llevó el pertinaz exporador cuando al despertarse sobre la arena de una de las playas de Liliput, primer país al que llegó tras naufragar en su primer viaje, se encontró inmovilizado de esta guisa:
Cualquiera que haya leido la magistral obra de Swift, coincidirá conmigo en que es un canto a la idea de la relatividad de las cosas, a la tolerancia, a la crítica, y al buen humor. Un cuento maravilloso que esconde, sin embargo, una crítica feroz y despiadada contra las costumbres y usos políticos de la época.
Lo más triste del cuento, es el final. Cuando el inquieto Gulliver vuelve a Gran Bretaña, siente la enorme vergüenza de ser hombre, de tal manera que no resiste la presencia de sus hijos, su olor, ni el contacto físico de su mujer. Sólo le consuela la presencia en su caballería de un par de animales. Y su mozo de cuadras, bien impregnado del olor de los caballos, resulta que tiene el privilegio de ser la única persona con la que Gulliver se relaciona.
Ácido punto final a toda una historia de viajes apasionante, ¿no os parece? Mi capítulo favorito es el de su llegada a Liliput y su despertar en la playa.
Si has leido el cuento...¿cual es el tuyo?
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